En la psicología clínica, al hablar de psicopatología, tendemos a fundar su descripción en una serie de síntomas, cuya organización sistemática y conjunta dan las características objetivas para establecer un diagnóstico. Sin embargo, tanto en la práctica, como en las investigaciones sabemos que para tener un diagnostico fidedigno tomamos en cuenta los factores biopsicosociales.
En este trabajo se trata de exponer esos otros factores cuyo resultado es el síntoma y cambiamos la dinámica de observación sobre este mismo. El proceso que conduce desde el trauma eficaz al síntoma, se realiza mediante mecanismos de conversión o de defensa. Esto es, el síntoma es contemplado al mismo tiempo como expresión de una intención inconsciente y como defensa frente a ella. Se lee en el síntoma una expresión simbólica de los conflictos, pero se trata de un simbolismo que no es social, como las convenciones del lenguaje, sino interpretable, descifrable. Por ende, el síntoma no está a nuestra disposición solamente para ser erradicado, sino para ser escuchado.
Al hablar de neurosis obsesiva no estamos desarrollando la idea de psicopatología, estamos trabajando con la idea de estructura de la personalidad, ese más allá de los síntomas. Es importante destacar que la estructura clínica puede ser entendida como la relación y la perspectiva que tiene un sujeto ante el mundo que le rodea (Fink, 2007; Green, 2010). De esta forma, se puede observar a la estructura como la perspectiva individual de un sujeto ante los síntomas yendo más allá de las aflicciones generalizadas que conducen a un paciente a buscar ayuda profesional (Manrique & Londoño, 2011).
Como se ha mencionado anteriormente tenemos que considerar múltiples factores al hablar de las estructuras de la personalidad y la psicopatología, entre ellos nos encontramos con la historia, el crecimiento cultural, la sociedad, los conceptos de femineidad y masculinidad y la transición por las primeras etapas del desarrollo del niño o niña.
Para entender la representación analítica de la neurosis obsesiva, primero hay que esclarecer el término de neurosis, ya que su estructura es la base de las psicopatologías como la histeria, las obsesiones y las fobias. La neurosis se puede definir como una respuesta inadecuada, que sirve como escape o como defensa ante una pulsión inconsciente (goce inconsciente) e intolerable para el yo, es decir, cuando el sujeto se quiebra y cae en una neurosis se debe a una forma de defendernos ante un goce doloroso, pero esta respuesta defensiva nos afecta y es insuficiente, por ende el sujeto termina aplacando la pulsión inconsciente intolerable con una sintomatología neurótica que a su vez, también es insostenible por el yo y como expresa Nasio:
“Finalmente, lo único que conseguimos es sustituir un goce inconsciente, peligroso e irreductible, por un sufrimiento consciente, soportable y en última instancia reductible” (Nasio, 1991).
Ante los datos estadísticos nos encontramos con que el Trastorno Obsesivo Compulsivo es el único trastorno de ansiedad que no presenta diferencias sexuales en su incidencia, a pesar de la creencia general de que el trastorno es más frecuente en los hombres (Lochner et al., 2004). No obstante, existen diferencias de sexo en la expresión y en la edad de inicio de los síntomas del trastorno, en el curso y en la respuesta al tratamiento del mismo (Torresan et al., 2009; Yonkers y Kidler, 2002). El comienzo de los primeros síntomas es más precoz en los hombres, coincidiendo con la pubertad o la primera juventud, mientras que en la mujer no suele manifestarse antes de los 20 años, normalmente asociado a embarazos (Boggetto et al., 1999). Con respecto a los síntomas, las mujeres muestran más compulsiones dañinas sobre limpieza y comprobaciones, mientras que los hombres presentan más tics, mayor gravedad en los síntomas en general y un peor pronóstico (Lochner et al., 2004).
Estas estadísticas nos revelan la prevalencia estadística del trastorno en cuestión de sexo en la actualidad, considerando que anterior al Dsm-II, existía una mayor prevalencia en de TOC en las mujeres que en los hombres. A pesar de esta presencia estadística de un cambio en la posición del trastorno en relación al sexo, no contempla la cuestión de estructura, pero al existir una prevalencia estadística que expone el peso de la individualidad sexual en relación a la organización psíquica cabe cuestionar cómo se produce el proceso estructural y se manifiestan las características patológicas obsesivas en los sujetos que permanecen en la media. Por ende este trabajo busca indagar de una manera explorativa las características individuales del sujeto femenino y su crecimiento exponencial en la neurosis obsesiva.
Los estudios de género han permitido dar cuenta de la prevalencia de la histeria entre las mujeres, mostrando cómo las instituciones culturales normativizan de manera diferente el ejercicio de la sexualidad en cada sexo. Para el varón, una sexualidad plenamente legitimada, un deseo autónomo, en estado puro, que lo ubica como “sujeto de deseo”. Para la mujer, una sexualidad sólo legitimada por el amor. La mujer ha quedado reducida a poco más que un cuerpo que incita el deseo del hombre, ha sido pasivizada como “objeto de deseo”.
Si pensamos que el ideal femenino tradicional propone a la mujer el cultivo de sus dotes seductoras, a la vez que le prohibe el libre goce de su sexualidad, es fácil comprender la incidencia mayor de la histeria en el género femenino. Con su frigidez la histérica reivindica el deseo de ser reconocida y no solamente deseada, como ha propuesto Emilce Dío (1985).
En el caso de la obsesión, nuestro objeto de estudio, la vivencia neurótica se caracteriza por el sufrir del pensamiento, el goce inconsciente inconciliable se desplaza en el sufrir pensando, en ideas fijas intrusivas como suplencia de la pulsión inconsciente (Nasio, 1991).
Recordaremos brevemente que Freud plantea como pre-requisito para su génesis la fijación o la regresión a la fase libidinal sádico-anal, que da cuenta del importantísismo papel que los impulsos de odio desempeñan en su sintomatología. Esta teoría, que establece una correlación entre las fases libidinales y los cuadros psicopatológicos, se enmarca en el sesgo biologista del pensamiento freudiano que privilegia el cuerpo sobre la mente y que busca el sustento corporal que de cuenta de los procesos anímicos. Se trata de una visión no sólo biologista sino además endogenista del psiquismo.
Las investigaciones actuales, que los estudios de género avalan, han indicado la necesidad de nuevos paradigmas para la comprensión de la subjetividad y de la génesis de los cuadros psicopatológicos. Me refiero a la introducción del concepto de intersubjetividad. Si el bebé nace a un mundo simbólico que lo precede y que le es vehiculizado por sus padres y su entorno, a través de mensajes impregnados de significaciones, tenemos que pensar en una subjetividad no sólo asentada en la erogeneidad del individuo aislado sino también en la relevancia de los vínculos para su estructuración.
El género, en tanto construcción sociohistórica y por lo tanto perteneciente a una dimensión simbólica, estructura en forma diferente los sistemas narcisistas Yo-ideal, Ideal del yo y al Superyo que legitimará, o no, la puesta en acto de las pulsiones tanto agresivas como sexuales en cada sexo. En nuestra cultura, y en la mayoría de las culturas estudiadas por la antropología, la agresividad está indicada para la masculinidad y contraindicada para la feminidad. En la mujer, la conducta hostil recibe una doble sanción: moral y de género. (Dio, E., 1997). No es tolerada y provoca en la agresora sentimientos de culpa. Cuando debería enojarse, la mujer se deprime (Meler, I., 1996). En el hombre, la agresividad, en tanto integra el narcisismo de género es egosintónica y considerada un atributo “natural” de la masculinidad. Esta visión de la “naturaleza” agresiva del varón está muy arraigada en el pensamiento popular e incluso ha recibido apoyo científico por parte de biólogos y psicólogos. Se ha sostenido que la agresividad del varón, pruebas incluidas, se desprende de su anatomía y hormonas masculinas. El antropólogo biológico Konner en un difundido ensayo, llega a la conclusión de que la testosterona, principal hormona masculina, predispone al varón a un nivel de agresividad apenas más elevado que el de la mujer. (Konner, M., citado por Gilmore, D., 1994), con lo cual da un duro mentís a las teorías que naturalizan la hostilidad masculina.
De todas maneras, es un hecho comprobable que la violencia tiene, en la vida y en la muerte de los hombres, una mayor incidencia que en las mujeres. Las cifras estadísticas que analizan las muertes por causas violentas – accidentes, homicidios o suicidios – muestran una apabullante prevalencia entre los varones (Inda, N., 1996).
Que los hijos varones son más barullentos, inquietos, que sus juegos son más bruscos y que son más agresivos, que siempre andan llenos de machucones y lastimaduras, son lugares comunes cuando se les pide a los padres y madres que los definan. Y en realidad es así, pero lo que generalmente se desconoce es que ellos mismos han codificado la agresividad como un atributo valorado, integrante de la masculinidad tradicional. Y se desconoce también que las diferencias observadas entre varones y niñas son ya el producto de un modelaje cultural, en el que ellos han participado activamente aún sin saberlo. Me refiero a las distintas maneras en que los adultos se acercan a los bebes: movimientos bruscos, timbre de voz más alta para los varones, movimientos más suaves y voz más “aniñada” para las niñas: primeros estímulos para la futura mayor agresividad del hombre y tendencia a la dulzura en la mujer. Los estilos de crianza diferentes según el género continúan durante toda la infancia. Mabel Burín (2000) cita investigaciones que muestran cómo los padres suelen ser más severos y exigentes con los hijos varones, llegando incluso a la coerción física. Con las hijas, por el contrario, son más cariñosos y utilizan con ellas principalmente la coerción verbal.
Hasta aquí me limito a mostrar la relación entre masculinidad, deseos hostiles y trastornos obsesivos, que sería equivalente, pienso, de una fórmula que conjugue feminidad, deseos amorosos e histeria.
Por ende ante una revolución presente en la historia, el cambio en el empoderamiento de las mujeres crea una internalización subjetiva de masculiniadad y han dado al plano estructural una presencia más predominante de la neurosis obsesiva.
“Siendo indiscutible que la histeria presenta una mayor afinidad con la feminidad (Weiblichkeit), del mismo modo que la neurosis obsesiva con la masculinidad (Männlickeit)”.
La feminidad es una construcción cultural del ser mujer. La masculinidad pienso que lo es del ser hombre, pero ante el desarrollo las funciones internas de cada individuo canalizadas por la cultura crean diferentes vivencias subjetivas.
Los tiempos de Freud no son nuestros tiempos, caracterizados de manera sobresaliente por la presencia de las mujeres en la sociedad, en lo público. Puede decirse que las mujeres han tomado el Ágora. En la más inmediata actualidad, las rebeliones en el norte africano y el mundo árabe, pueden medirse por la participación y por la consideración de los derechos de las mujeres.
La feminidad en época de Freud tenía los caminos trazados en una sociedad que empezaba a moverse (2) pero que pedía el cumplimiento para la mujer, de lo que él mismo dirá, como los altos fines que como madre la civilización le tiene reservada “Un papel marcado por el Destino y extremadamente espinoso y comprometido” (3). Puede así mismo apreciarse esta la consideración de Freud y su época en el gráfico comentario que hace, cuando al abordar algunas cuestiones de la neurosis obsesiva se refiere a determinadas mujeres en estos términos.
Quiero terminar diciendo:
La sociedad va desarrollándose y cambia a través del tiempo y así mismo el complejo esquema psíquico de cada individuo, por ende la comprensión de la cultura y la sociedad actual es parte del proceso de investigación y de estudio de las patologías y las estructuras, desde Freud el concepto de lo que es ser mujer y ser hombre ha cambiado y por ende los roles han evolucionado creando un nuevo proceso interno que interviene en el yo, el ego y el superyó, por esta razón es importante conocer en profundidad estos aspectos y aplicarlo a las bases teóricas ya expuestas para el crecimiento del psicoanálisis y la psicología clínica.
Lic. Jose A. Gonzalez M.A